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“Restablecer los lazos políticos y sociales”, por Valeria Palanza

Reproducimos la columna de opinión “Restablecer los lazos políticos y sociales”, escrita por nuestra profesora Valeria Palanza, publicado recientemente en el último número especial de Revista Universitaria "18 de oct. Chile frente al descontento"

La crisis que se desató el 18 de octubre en Chile, que tiene tomada por completo a la sociedad chilena, demoró muchos años en gestarse. Esto lo sabe la población movilizada cuando repite que “no son treinta pesos sino treinta años”. El descontento silencioso que todo observador atento podía reconocer en el día a día, lo que el autor James Scott denomina “formas cotidianas de resistencia”, estaban ahí, a la vista. En octubre de 2019, el descontento se desató en respuesta a una cotidianeidad violenta hecha realidad en las excesivas horas perdidas yendo y viniendo del trabajo, en los millones perdidos en intereses pagados por consumir bienes básicos, en la impotencia de no poder brindar cuidados médicos a un familiar que los necesita, todo desde un mirador con vista al oasis de América Latina. El descontento contraatacó al sistema que es percibido como el culpable.

Los sucesos que siguieron al 18/10 pusieron de manifiesto la precariedad del acuerdo social vigente, la desconfianza que está instalada en la sociedad y que impide que chilenos de distintas realidades socioeconómicas se vean como iguales en derechos y oportunidades. Esto nos quedó claro porque fue gritado, quemado, saqueado y molido por significativos sectores de nuestra sociedad. También fue expresado de manera no violenta, fue caceroleado, cantado, bailado y hecho performance. El mensaje fue emitido con toda claridad.

Nos queda a los politólogos y demás cientistas sociales explicar las raíces de la desconfianza hacia instituciones y poderes públicos. Esta tarea es delicada, pero se ha hecho desde hace años. La Ciencia Política ha anunciado hace tiempo que la desconexión de la clase política, que debiera ser la clase representante, lastima y enferma a cualquier democracia, pero en particular ha hecho mucho daño a la democracia chilena. La ciudadanía no vota ni participa de otras maneras en el sistema político, no porque no le importe, sino porque aprendió que no posee poder de impacto mediante su participación.

Como alguien que eligió vivir en Chile una década atrás, me pareció extraña la decisión de no impartir educación cívica en los colegios. Hoy, tras años de percibir varias otras peculiaridades del sistema político chileno, pienso que aquella no es una decisión extraña: es una decisión pensada como una pieza más de una maquinaria diseñada para desmovilizar, fragmentar y disuadir la acción política. La salida para el problema que hoy preocupa a Chile y a la comunidad internacional es política. El problema es el mismo que se gestó más de 30 años atrás, cuando se pensó el esquema institucional que hoy rige. En ese entonces se previeron con mucha eficacia mecanismos que permitieran a los que se hicieron del poder, en ese entonces, perpetuar ese equilibrio a lo largo de los años. Ese modelo fue exitoso en varias dimensiones: en promover el desarrollo económico de Chile que permitió sacar a muchos chilenos y chilenas de la pobreza; en fomentar el crecimiento y, fundamentalmente, en su fuerza de permanencia.

Treinta años de democracia consolidan ese modelo, armado como un rompecabezas que una vez resuelto, se traba e impide seguir moviendo las piezas. Hoy toca mover las partes y, para ello, hay que repensar el sistema político y el tipo de sociedad que Chile quiere ser. La tarea por delante es restablecer los lazos políticos y sociales, para recuperar la confianza entre quienes habitan el país. Para ello, se requiere diseñar instituciones

Por Valeria Palanza que promuevan la inclusión y mayor participación, y darles vida por medio de partidos y organizaciones que den voz y hagan competir posturas y visiones. La participación, bien canalizada, permitirá al sistema político recuperar la legitimidad perdida. Se requiere generar los mecanismos que fomenten que los partidos convoquen e involucren a la ciudadanía, en vez de generar bancas aseguradas. Existe una diversidad de mecanismos para esto. Una representación política más propor- cional otorgaría voz a las minorías. La existencia de más representantes electos y menos designados permitiría más instancias de conexión entre ciudadanía y política. El objetivo es lograr más cercanía entre la ciudadanía desilusionada y los dirigentes encargados de reencantarla. Quizás haya que pensar más oportunidades en las que la ciudadanía pueda votar por sus dirigentes, tal vez sea necesario fomentar mecanismos de democracia directa para situaciones puntuales. Con seguridad hay que impulsar acciones coordinadas entre comunas, y disminuir la inequidad entre ellas. La tarea, en síntesis, demanda instituciones que permitan que los dirigentes encuentren valor en la opinión de la ciudadanía y busquen canalizarla.



Opinión publicada en Revista Universitaria, Nº 158, Marzo  2020.